La respiración es la única función del sistema nervioso autónomo que puede ser controlada y regulada por la conciencia, por lo tanto, funciona como vínculo entre la dimensión psíquica y física del ser humano; es un puente de conexión entre la mente y el cuerpo.
Cuando transformamos esta función, vital e inconsciente, en voluntaria y consciente desarrollamos un sentido de vivir “hic et nunc”, es decir aquí y ahora; no antes, ni tampoco después, sino en el más absoluto instante, en la más genuina inmediatez, lo que nos aporta una gran satisfacción: nos damos cuenta que vivimos el presente, que saboreamos la plenitud y la riqueza del momento. El ciclo de inspiración y espiración nos enseña a recibir y a dar porque respiramos el mismo ai
re que respiran los animales, las plantas y todos los seres humanos de este planeta. La respiración nos comunica los unos a los otros, nos vincula con todos y con todo para sentirnos, finalmente, en comunión con el universo.
La respiración conecta en una sola unidad el interior y el exterior. La experiencia de respirar de manera consciente nos enseña que cada momento es completo, es único. La respiración, su ritmo y frecuencia, está íntimamente ligada a los estados mentales y emocionales que experimentamos en la vida cotidiana: el miedo la inhibe y la bloquea, la ansiedad la acelera, la tristeza la ralentiza, el estrés la entrecorta y el cansancio físico la fuerza. Cada uno de los patrones de respiración es el resultado de un estado de ánimo.
A nivel psicosomático, las emociones consiguen desequilibrar la respiración y los ritmos vitales, sin embargo, desde la perspectiva somatopsíquica, la persona puede reaccionar y responder reajustando y controlando voluntariamente la respiración.
El resultado es la recuperación del equilibrio emocional que nos proporciona calma y sosiego.
El primer estrés que sufrimos en nuestra vida sucede apenas nacemos y se denomina: angustia vital del aire.
El estrés se origina por la falta de oxígeno identificado por las estructuras internas que avisan al cerebro. Con la primera inspiración el bebé resuelve la privación de oxígeno, y sucesivamente empieza a llorar desesperadamente. Cuando la persona adulta practica una respiración profunda y consciente surgen sentimientos intensos ligados a imágenes primarias que lo trasladan a esa primera angustia vital unida al propio existir.
Empezamos la vida con una inspiración “estresante” y la terminamos con una espiración. La vida parece un soplo. Depende solo de nosotros darle su merecido valor.