Hoy me gustaría compartir contigo algo que me transformó la manera de percibir y vivir cada día. Es algo simple, pero con un impacto muy profundo. ¿Sabías que es la acción la que te lleva a la emoción? Y no solo hablo de las grandes acciones, sino de las más pequeñas, como la manera en que te sientas o cómo caminas o tu forma de mirar o de comer.
Es curioso pensar que algo tan básico como nuestra postura corporal pueda tener un efecto tan poderoso en nuestra mente y en nuestro ánimo. Nuestra postura corporal tiene un impacto directo en cómo nos sentimos y en cómo afrontamos los desafíos. Piénsalo un momento, cuando te sientes abrumado o vencido, ¿cómo es tu postura? Encorvado, mirada hacia abajo, hombros caídos, ¿verdad? Pero, ¿y cuando te sientes triunfante, feliz, lleno de energía? Tu pecho se expande, tu mirada se eleva, te sientes más grande y más capaz.
Esto no es coincidencia. Cuando adoptamos una postura de derrota, nuestros pensamientos y emociones van en esa misma dirección. Pero hay una buena noticia: podemos revertir esto. Cuando adoptamos una postura de confianza y determinación, nuestra mente se sintoniza con esa energía. Nos sentimos más capaces, más seguros y, sin duda, más vivos.
En el último retiro tuve una interesante conversación con uno de los participantes sobre la importancia del cuerpo y la postura en nuestro bienestar. Fue un recordatorio de que, antes de buscar respuestas en el exterior, a veces solo necesitamos mirarnos a nosotros mismos y realizar pequeños ajustes para encontrar el equilibrio y la fuerza que necesitamos si queremos hacer frente con más confianza a los desafíos a los que nos enfrentamos.
Te propongo: cada vez que te sientas inseguro, insegura, haz una pausa. Rectifica tu postura, cuélgate del hilo del occipital que te mantiene erguido, eleva la mirada, abre el pecho, respira profundamente y siente esa energía positiva que fluye en ti. Te garantizo que si la mantienes durante unos breves minutos, dos o tres, notarás un cambio en tu estado emocional.
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